A las 13:30 horas tanto los que habíamos disfrutado con los proyectos y realizaciones de Antonio Palacios como quienes no estábamos sentados a la mesa en el Restaurante Terramundi sito en la Calle Lope de Vega, número 23. El menú del día que comimos era muy variado y cada comensal pudo elegir a voluntad un primero, un segundo y un postre que por calidad y cantidad a todos satisfizo. Otra magnífica elección que debemos a Mercedes. Tras la comida teníamos el propósito de celebrar allí mismo la tertulia sobre el libro de la Iordanidu, pero el ruido en la sala y la necesidad de dejar libre la mesa para el siguiente turno de comidas nos hizo abandonar el restaurante donde tan bien habíamos comido.
En la calle, el calor nos dio un bofetón de órdago. Hubimos de buscar un lugar próximo cómodo y bien refrigerado donde hablar con sosiego y tomar un café con hielo o alguna otra cosa que nos refrescara debidamente. Alguien propuso el hotel Vinccit Soho de la calle Prado, enfrente del Ateneo, donde ya habíamos realizado alguno que otro encuentro tertuliano. Otra elección espectacular. Se estaba de lujo en el interior y nos atendieron que daba gusto. La jornada iba más que bien. Hablar sobre la novela Loxandra era ya lo único que nos faltaba por hacer.
La tertulia
Margarita fue quien propuso esta lectura y fue por ello quien primero intervino en la tertulia. De mano ya expresó la decepción que para ella había supuesto "Loxandra". Había imaginado otra cosa. Quizás, nos dijo, en su propuesta interviniese el hecho de que apareciese en el catálogo de la Librería Aurea especializada en títulos clásicos. Precisamente esta librería había elegido este título para su Club de lectura Grecia en los libros, en este caso bajo el subtema de 'Grecia se va a Estambul'. Verdaderamente, dijo, el asunto le parecía de lo más atractivo. Pero, concluyó, la novela no me ha agradado, me ha aburrido por momentos y no ha entrado en mí o yo no he entrado para nada en ella. En fin, estas cosas pasan.
Y ya fue un no parar de intervenciones por parte de los presentes. A la mayoría nos había desilusionado el relato de María Iordanidu por variados motivos: exceso de nombres y relaciones familiares; la figura de la protagonista pareció a muchas como excesiva y poco real: una mujer que hace dádivas a troche y miche, que recibe a quien quiera que llega a casa, que dice siempre lo que piensa sin importarle quien esté delante, que intenta influir en la vida de los miembros de su familia...; un lugar principal el que ocupa la comida (los nombres griegos o turcos de las mismas hacen difícil o al menos complican bastante la lectura); las dos líneas, mundo general histórico-político y particular de Loxandra y familia, no se entrelazan debidamente sino que resuelve el contexto histórico en un resumen rápido que a la mayoría no nos convenció si bien, reconocimos muchos, según transcurre la narración parece que esta distorsión la va corrigiendo la escritora; etc., etc.
Pero también hubo opiniones -incluso de varios cuya calificación había sido negativa- que salvaban aspectos de la novela. El primero, quizás fuera la verdad de este personaje si es que la vemos en su contexto histórico, finales del siglo XIX; luego también estaba el conocimiento que la autora transmite sobre esa Constantinopla multicultural y cosmopolita, habitada por diversas culturas, si bien viven segregadas unas de otras; quizás este descubrir un Estambul que hoy ya no existe, una ciudad donde las culturas vivían sin mezclarse pero soportándose sea de lo mejor de Loxandra. También destacamos el tono de humor que en algunas páginas se entreve: es un humor que nace de la propia narradora, la nieta Ana que está narrando desde su hoy (años 60 del siglo pasado) el mundo extinto de su abuela, el cual en la distancia ciertamente parece digno de risa cuando no hasta algo ridículo. Y es que la novela viene a mostrar el paso de un mundo viejo y acabado, el de la abuela Loxandra, al mundo nuevo y emergente, el de la joven nieta Ana que abandona Turquía, que se va a estudiar a Norteamérica a pesar de que a su abuela tal deriva le parezca de lo más estúpida e inoportuna.
Y así fue discurriendo la tarde en el refrigerado ambiente del hotel Vinccit. Quien más, quien menos, echó mano de sus recuerdos infantiles para ver verdad o falsedad en esta mujer Loxandra; prácticamente todos recordamos alguna abuela, alguna tía, alguna madre... parangonables a esta griega de Constantinopla. La evocación de ese tiempo lejano -el de nuestra niñez- es lo que a muchos nos hizo persistir en la lectura y no abandonarla como algunas compañeras hicieron. Cada lector es un mundo, cada libro nos muestra otro, y que estos dos factores se adecúen y compaginen debidamente con el momento personal de lectura es lo que da paso a la satisfacción o insatisfacción de la experiencia lectora. Ayuda mucho la calidad literaria (escritural) de la obra que se tenga entre manos, algo que en esta ocasión, desgraciadamente, no es para nada destacable. De aquí nace, seguramente, nuestra generalizada desilusión ante Loxandra.
Una desilusión que no es tal, según manifestación de algunas compañeras (Inma, Marga...) en las novelas que prosiguen esta serie familiar escrita por María Iordanidu. Las amigas tertulianas que ya han leído alguna de las dos novelas que siguen a Loxandra (Vacaciones en el Cáucaso y Como pájaros atolondrados) comentaron que éstas sí que les han agradado y merecen ser leídas. Todos tomamos buena nota de esta recomendación por si a lo largo del verano encontramos el momento de hincar el diente a alguno de esos títulos.
Posibles y futuras lecturas
Como suele suceder en estos amigables encuentros diversos títulos de libros fueron puestos encima de la mesa por parte de quienes allí nos encontrábamos. Mari Luz habló de la novela Hasta que empiece a brillar del hispano-argentino Andrés Neuman que va sobre la vida de María Moliner; Cecilia traía tres títulos que llamaban mucho su atención, en especial el primero: El verano de Cervantes de Antonio Muñoz Molina, La muy catastrófica visita al zoo de Joël Dicker, y Palabras del Egeo de Pedro Olalla; yo, Juan Carlos, cité la novela de David Uclés, La península de las casas vacías, que da una visión novedosa y distinta sobre la guerra civil española; Guida habló de Caterina de Carlo Vecce; Marga al hilo de la tertulia tenida sobre Loxandra citó el título de Sotiríu Dido Tierras de sangre que narra el drama humano y el corte histórico que supuso la expulsión de la población griega, en 1922, del suelo turco; y seguro que hubo algún título más que, ruego me disculpéis, habré olvidado.
De todos los títulos que aparecieron durante el curso de la conversación procedimos a elegir el de nuestro próximo encuentro. Habida cuenta de que son tres los meses que faltan hasta que en septiembre volvamos a vernos, pensamos que sería bueno elegir uno de esos libros cuyo excesivo número de páginas suele echarnos para atrás. Setecientas tiene La península de las casas vacías lo que unido a un buen número de reseñas positivas de la novela de David Uclés hizo que este título fuese el elegido por la mayoría de los presentes.
La tertulia la realizaremos el día 25 de septiembre en el lugar acostumbrado para ese mes, la terraza Montserrat de Madrid-Río. Hasta esa fecha, queridas amigas, no os deseo otra cosa que felicidad, salud y magníficas lecturas.
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